
" He encerrado a un hombre que no ha hecho absolutamente nada sólo para evitar que lo linchen "
Muchos hemos hablado de Marlon Brando en este blog, y vamos a seguir dedicándole unas pequeñas palabras en otra de sus grandes interpretaciones, a mi personalmente de las que más me han impactado, no es otra que su papel del sheriff de un típico pueblo sureño americano. Película dirigida por Arthur Penn en 1966, posiblemente La jauría humana es uno de esos frescos psicológicos sobre la sociedad, uno de esos títulos que colocaríamos junto al Defensa de Boorman o a Perros de paja de Peckinpah, aunque con unas imágenes menos violentas o impactantes que las dos anteriores. Incluso se podría decir que la cinta de Penn es un precedente directo de las historias que los otros dos directores nos narran. El espectro actoral se encuentra encabezado por Jane Fonda y Marlon Brando, pero también por brillantes secundarios como los novatos Robert Duvall y Robert Redford.
Nos encontramos en un caluroso verano de los años 60 en un típico pueblo sureño de los EEUU, una pequeña comunidad que celebra fiestas en cada casa entregándose al alcohol y desenfreno, a los engaños y perfidias propias de cualquier comunidad que se precie, líos de faldas y un odio visceral que encuentra vías de escape en cualquier motivo, ya sean el sexo, la raza, la posición social o la xenofobia. En ese polvorín a punto de reventar se encuentra el sheriff recién llegado al pueblo (Brando), fuertemente apoyado por el cacique local, lo que deja abierta la puerta a más de una suspicacia. Un agente inmobiliario que pretende hacerse con todo territorio humilde al que pueda echarle el diente, trabajadores negros que deben esconderse de los prejuicios de sus vecinos y un grupo de locales que ven cómo sus más bajos instintos afloran entre nubes etílicas. Esto es la jauría humana. En este caso, el hecho desencadenante de la furia y miedos de esa masa humana es la fuga de la cárcel de dos reclusos, uno de ellos natural del pueblo al que nos referimos, y que intenta regresar con su antigua novia. Este no es otro que un jovencísimo Robert Redford en uno de sus primerísimos papeles.
Lo que Arthur Penn pretende representarnos es la evolución de la sociedad americana desde la opresión e hipocresía de las relaciones que se forjan entre sus miembros, hasta una violencia y odio desmedido que va aflorando sin remisión, relaciones extrapolables a cualquier sociedad moderna, de hecho en su momento fue un fiasco en taquilla, totalmente incomprendida, cuando con ojos actuales podemos examinar una cinta increiblemente moderna para su tiempo, pero también atemporal por lo contundente de su mensaje: una horda humana que pretende diluir sus frustraciones como toda la vida se ha practicado, es decir, abusando del más débil. De esta forma los realmente insignificantes y acomplejados, amparados en la masa, aprovechan la situación para practicar venganzas, viejas rencillas o la más pura, simple y tonta envidia.
El tema es, por tanto el modo en que las pasiones de la sociedad se desbordan cuando un hecho determinado desencadena reacciones auténticamente sádicas entre sus miembros, cuando la falsa civilización autoimpuesta desaparece para dejar ver lo que realmente hay tras la cortina y las máscaras de esos roles que asumimos en la comunidad. Esto es lo realmente perturbador del mensaje de la cinta, también repetido en las anteriormente citadas Perros de paja y Defensa de Boorman, porque son reacciones absolutamente veraces, no nos parecen fantasías sin fundamento en ningún momento. Quizás, siguiendo con este tema, uno de los puntos fuertes del realizador es la angustia que nos transmite con sus imágenes, primero por la persecución del hombre que se va practicando entre la sociedad poco a poco, también por el desbordamiento de Brando, incapaz de apagar todos los fuegos que se suceden, pero fundamentalmente por el abuso que se practica sobre el débil, ya sea éste un hombre de raza negra que camina por la calle, un marido cornudo o un expresidiario.
Sin duda el paroxismo final es uno de los momentos a recordar en la Historia del cine, imprescindible para aquellos que no hayan disfrutado todavía con ella.